La casona donde funciona La Caja es un referente de las construcciones tradicionales de Alberdi y despierta la admiración de los que saben valorar la arquitectura.
Alberdi es un viejo barrio de la ciudad que no se decide a ser centro, y en el que conviven rasgos de uno y de otro: casonas de principios de 1900, en su mayoría reformadas, conviven con modernos edificios de departamentos donde tienen sus estudios y consultorios numerosos profesionales.
Allí funciona la Caja, en el 842 de la calle 27 de abril, en una de esas casonas señoriales de principio de siglo XX -o incluso fines del XIX-, a sólo tres cuadras del Palacio 6 de Julio. Sedes institucionales, gremios, dependencias de la UNC, consultorios y pequeños centros médicos, oficinas de abogados y contadores, y una creciente presencia de edificios residenciales de propiedad horizontal dan vida al barrio.
“Era una tipología de vivienda para familias numerosas, e incluso muchas veces incluía un ‘escritorio’, pues era frecuente que fuera utilizada por algún profesional liberal -abogado, médico o contador-, no tanto para atender clientes sino como un lugar privado de trabajo”, cuenta el arquitecto Alejandro Cohen, especialista en la temática.
Data de una época de maestros constructores, que levantaban este tipo de casas majestuosas, en general con la sala para visitas hacia el frente y bellos patios internos, relata Cohen, seguro de que “la nobleza de esas construcciones en cuanto a su amplitud, la calidad de los materiales, la altura de los ambientes, el grosor de las paredes, es lo que ha permitido modernizarlas sin destruirlas”.
Así, es posible observar en nuestra sede una mezcla de tradición y modernidad, y también entre el ruidoso y permanente trajín del centro y vestigios del ritmo más tranquilo del barrio.
Identidad y memoria
Consultado sobre las características arquitectónicas, Cohen explica que la edificación se debate entre lo antiguo y lo moderno, pues “representa un tipo de casonas más señoriales, de familias tradicionales, pero tiene ya en la fachada un síntoma de modernización que se descubre en las cortinas de enrollar tipo barrios, seguramente de la década del ’60 o incluso posteriores”.
A los ojos del arquitecto, la vieja casona permite reconocer detalles de categoría, como la incorporación de la entrada para coches y/o carruajes (lo que hoy es el pasillo principal de ingreso a la Caja), los portones de hierro forjado de gran artesanía y las carpinterías de madera maciza tipo vitral (vidrios repartidos), que se encuentran muy bien conservados.
Destacó la lucera con vidrios pintados que se encuentra en la sala de reuniones -al lado de la presidencia-, que permite “el paso de una iluminación cenital indirecta que compensa la tenue luz que pasa por las angostas ventanas verticales que se usaban en la época”. Los entablonados de madera en los pisos, las paredes gruesas y los ambientes altos, hacen que sea fresca en verano.
Este conjunto de ingredientes le da una particular atmósfera, cálida y sobria al mismo tiempo. “Es como una pequeña joya que los abogados tienen guardada en la calle 27 de abril”, aprecia Cohen.
Entre tradicional y moderno, sobrio y amigable, el ambiente de la Caja remite a otros espacios que nos resultan familiares, como la Facultad de Derecho, el Rectorado de la UNC o los Tribunales que forman parte del día a día de muchos de nosotros.
Sucede que en estos edificios nos encontramos con los colegas, con los amigos, con quienes vemos muy de vez en cuando, o casi nunca, con quienes estábamos distanciados. Son parte de nuestras vivencias y afectos. “No son sólo piedras, ladrillos, paredes, puertas y ventanas, rejas y umbrales; son también identidad, memoria, y referencian nuestras profesiones, organizan algunas de nuestras rutinas, y son parte de nuestras preciadas prestaciones, construidas con el aporte de nuestra vida de trabajo”, reflexiona el arquitecto.